Muy interesantes todas las explicaciones tácticas que se detallan en esta página y que hacen más comprensible y más cercano este deporte-espectáculo que tanto amamos (por lo menos yo).
El artículo es un poco largo, pero lo merece.
Son muchos los que se preguntarán qué pasó con este altivo, soberbio y poderoso portugués que llegó al Chelsea para marcar una era, constructor de un equipo diseñado para imponer un dominio hegemónico. Tenían técnica, físico, velocidad y juventud, pero el camino ha finalizado, Mourinho ha dejado a los 'blues' aliviado y aburrido.
Un amigo de Futbolitis siempre dijo que la vida de entrenador en un equipo grande significa ir descontando cada día, restar las jornadas que quedan para marcharte. Nadie se salva, el final se acerca, el tiempo termina devorando hasta a los dinosaurios más grandes. Con 'Mou' esta afirmación se cumple por completo: nadie quema etapas más rápido que él. Su forma de proteger a su equipo es la contraria a la de Rijkaard: mientras el holandés defiende a los suyos evitando conflictos, persiguiendo la paz social, Mourinho siembre cargó en sus hombros las batallas, provocó peleas, centró la atención de público, medios y rivales. Con él nadie se preguntaba de dónde venían los goles de Drogba o cómo podía superarse a Makelele. La estrella, la presión, eran suyas. El corazón del Chelsea, los Lampard, Terry, Makelele, Drogba o Essien, también. Le adoran, le necesitan. Su marcha deja al bloque golpeado. El Chelsea le echará mucho de menos. Hubo y habrá fichajes, pero el corazón era de él.
El portugués basa todo en el hermetismo. Forja su bloque por medio de una unión indivisible. Lanzado hacia el éxito, su equipo no admitía agentes externos, la puerta del vestuario estaba cerrada. Lo hizo en el Oporto y en Londres. Pero en Inglaterra terminó con Abramovich, ávido también de protagonismo. Ahi comenzó a deteriorarse su relación: los periódicos hablaban del portugués arisco, prepotente, irresistible, y no del magnate ruso. Ese es el principio de la gran caída del provocador Mourinho. Pero para poder hablar de grandes caídas hay que hablar también de gloria.
El Chelsea de Mourinho: el contrataque más rápido que hayan visto mis ojos jamás. Rigidez defensiva, control táctico de todas las situaciones. Y velocidad: verlos jugar en el campo era increíble. El 1-4-3-3 en su máxima expresión: el espectáculo de la defensa. Hacerle un gol era una quimera, superar la distancia perfecta y la sincronía entre sus líneas un imposible. Su dominio del juego era envidiado por toda Europa, y todos los analistas decíamos que el Barça de Ronaldinho había tenido la desgracia de coincidir en el tiempo con un equipo perfecto. Como suele triunfar el rigor, la portería a cero, pensábamos que los 'blues' alzarían la Copa de Europa antes que nadie, pero no contabamos con otra verdad: quien a hierro mata a hierro muere, y apareció el Liverpool de Rafa Benítez. No eran superiores, pero sí tuvieron más fortuna en los momentos determinantes. Fue la pesadilla del Chelsea.
Ese Chelsea realizaba una presión asfixiante en tres cuartos. Todos dominaban su rol: una máquina. No era el Oporto de Mourinho, sino una criatura de otra dimensión. José era, junto a Benítez, el mejor entrenador táctico de Europa, pero tenía las cosas aún más claras. El español, en el Valencia, perseguía el fútbol total, el Chelsea de Mourinho era un gélido asesino. Experto en encontrar el punto más débil del enemigo, asestaba puñaladas mortales. Sus partidos eran un goteo de gestos constantes, de golpes certeros. Así ganaban fácilmente en Inglaterra, así eliminaron al gran Barça de la primera Liga de Rijkaard. Hasta que se les cruzó el Liverpool. El fútbol no es precisión, no es matemática: se puede visualizar, pero es difícil acertar, hay demasiados detalles. Que ese Liverpool ganara la Champions y el Chelsea se quedara en el camino es del todo inexplicable.
Desde entonces, fueron precisamente esos pequeños detalles los que jugaron una mala pasada a Mourinho. Benítez ganó una Copa de Europa con Traoré en el lateral, Mourinho la perdió después con Asier del Horno. El nacimiento de la estrella Messi hundió al Chelsea el año siguiente: un error en la política de fichajes, traerse al vasco para ser titular, les hizo caer en octavos. Desde entonces el Chelsea no volvió a ser el mismo.
Se podía pronosticar que el cetro europeo quizá no llegaría nunca, se empezó a barruntar que la cuenta atrás había comenzado. La agresividad verbal contra Messi, la famosa acusación de teatro, no gustó ni a Abramovich ni a Peter Kenyon. Empezaron a distanciarse de Mourinho: le habían entregado demasiado dinero, demasiados fichajes, como para cegarse con la cortina de humo del portugués. Llegó el verano siguiente y la obsesión común de Roman y Mou por ganar se bifurcó: cada uno tenía su camino. Abramovich quería a Roberto Carlos, le tentaba Ballack, necesitaba a su gran amigo Shevchenko. Mourinho no quería a ninguno de los tres, como mucho al alemán, aunque temía que su llegada perjudicaría a Lampard y alteraría el equilibrio en el vestuario. Logró cambiar a Roberto Carlos por Ashley Cole y tuvo que tragar con el ucraniano. Cualquier intento de politica salarial saltó por los aires, el control y el hermetismo de Mourinho quedaron en entredicho, comenzó a pudrirse la unión. Sheva era la 'niña bonita' de Roman, su amistad era mirada con recelo por sus compañeros, que le acusaban de hacer llegar su vida privada, sus juergas, a oídos de la directiva.
Abramovich quería la Champions. Mourinho también, pero machacando al Barça. Montó un equipo con ese objetivo, cambió el sistema buscando ese 1-4-4-2 pétreo que tanto daño hace a los catalanes. Desde que le eliminaron, devolviéndole la moneda del año anterior, su obsesión fue pasar por encima de los azulgrana. Que el sorteo les enfrentara en la temprana fase de grupos entusiasmó al portugués: la venganza estaba cerca. Es la venganza lo que alimenta su grandeza, es la sed de revancha lo que hace de Mourinho un ganador.
Con un equipo galáctico plantea ese 4-4-2, en el que tiene problemas para jugar por las bandas y pierde la supersónica velocidad en las contras. Todos atacan por el centro, aumenta la posesión de balón y el Chelsea se vuelve trabado, aburrido, tosco. En muchas fases del partido parece no saber a qué juega. Gana sólo por dos vías: la triangulación corta por el centro, con entrada en segunda línea, y la estrategia a balón parado, donde Terry es fundamental. Los uno a cero se suceden. Los rivales ya no caen a la lona por KO, sino que tienen posibilidades hasta el último minuto. La grada ya no se levanta por los goles sino por el aburrimiento. Toca seguir ganando, pero ahora desde el sufrimiento.
El Chelsea pierde registros, criterio. Balón largo a Drogba y búsqueda de la segunda jugada. Demasiado poco para la inversión realizada, muchos millones pero poco juego. Algo que no puede admitirse con esa plantilla y con ese entrenador.
Por si faltara poco llega una plaga de lesiones. Mourinho pide refuerzos urgentes en diciembre de 2006. Surgen casi a la vez dos frentes de batalla: la búsqueda de fichajes y la bomba de un Shevchenko que, delante de los periodistas, afirma estar listo para hacer las maletas. "En Italia valoran mi fútbol; si aquí no me quieren me vuelvo". Un mes más tarde no sólo no se retracta sino que hurga más en la herida, afirmando ser "el cabeza de turco. Me siento atacado por todos lados", explica. El entrenador no lo puede consentir, sus compañeros tampoco, pero Andrei tiene el respaldo de Abramovich y eso en Stamford Bridge lo es todo. La guerra está abierta y Roman tira de su gran arma: el dinero. Le corta el grifo a Mourinho, los fichajes no llegan, las bajas de Terry, Carvalho y Cech no son cubiertas. Mourinho pone nombres sobre la mesa: Buffon, incluso Trezeguet para reforzar la delantera... pero nada.
El club ya está dividido en dos bandos: el 'corazón' del vestuario, con Mourinho, y 'los rusos'. Peter Kenyon navega entre dos aguas, Ballack está desplazado, no se integra en el equipo y no tiene el protagonismo que necesita, con demasiadas obligaciones defensivas que no le agradan. Un grande como Lampard se sacrifica por él, pero no le basta. Drogba salta a la yugular de Shevchenko, pidiéndole que piense más en el equipo. Mourinho, orgulloso de sus favoritos, los respalda públicamente cuando Terry, Lampard o Drogba negocian su renovación: "Éstos son mis hombres", dice de ellos. El multimillonario divorcio de Abramovich es una piedra más en el camino.
El ruso decide, desde febrero, dejar de sentarse en el palco. Mourinho rompe relaciones con Frank Arnesen, el danés encargado de controlar a las promesas mundiales. El juego del equipo entra en barrena y los grandes títulos empiezan a escaparse. Las lesiones continúan, los enemigos de Mourinho crecen. Mourinho ya no quiere nada que tenga que ver con Abramovich, y de nuevo, como gran provocador que es, le desafía a través de los medios: "Si me echas cobraré un finiquito multimillonario. Viviré como un rey el resto de mis días. No tengo nada que perder".
Termina la temporada y quiere a Shevchenko y Ballack fuera del club. El primero tiene que ser sustituido por el cedido Hernán Crespo: "Nos pertenece", dice Mourinho, "y yo necesito a un goleador". Otros nombres: Daniel Alvés, Alex, otra vez Buffon, Malouda. Y un objetivo número uno para el mediocampo: Deco. Un nuevo Chelsea. Pero Mourinho está distraído, la guerra le aleja del fútbol y si no piensa en el fútbol no es nada. Se olvida de que el equipo tendrá un problema serio cuando llegue la Copa de África. Sigue sin solucionarse la falta de juego por bandas. Quiere volver al 4-3-3, donde Ballack no tiene sitio, en el que Shevchenko no podrá jugar. Tic tac, tic tac... se acerca el final.
Abramovich sigue moviéndose para llenar el vestuario con gente de su confianza. Su penúltimo amigo en aterrizar es el israeli Avram Grant, ahora nuevo entrenador. Su carrera no parece justificarlo: entrenó a todos los Maccabis habidos y por haber, fue seleccionador de Israel... poco más. Muy precoz, con 17 años ya entrenaba juveniles, pero carece de proyección y experiencia internacional que justifiquen su cargo. Llega al Chelsea como director técnico por debajo de Kenyon... pero es para acompañar al equipo, metido con calzador para controlar a Mourinho. Un espía.
Pretemporada, primer enfrentamiento en Los Angeles: Mourinho declara que el contrato de Grant deja claras sus funciones y que para él no es ninguna preocupación. Pero el desgaste es terrible, el ambiente irrespirable, y en un paso más hacia la guerra absoluta Mourinho deja a Shevchenko fuera del equipo. El 6 de septiembre Sheva declara: "No entiendo por qué Mourinho no quiere que juegue". El entrenador dice que porque está lesionado, pero el ucraniano juega con su selección. Caso Ballack: el Chelsea ha de entregar la lista con los jugadores que participarán en la Champions. Mourinho incluye en esa lista a más jugadores de los permitidos subrayando a los intocables. Kenyon tiene una lista que no cumple los requisitos de la UEFA y Ballack, que en ese momento está lesionado, se tiene que quedar fuera. El tren del despido ya funciona a toda máquina. A través de terceras personas, nunca cara a cara sino con mensajes encubiertos, Abramovich amenaza a su entrenador con despedir a sus fieles colaboradores Baltemar Brito, Rui Farias y Andre Villas. No echará, en cambio, a Steve Clarke, el escocés que junto a Grant ha terminado entrenando al equipo y es otro de los 'topos' de Abramovich en el cuerpo técnico. Mourinho se siente cada vez más débil, el fútbol de su equipo no ayuda, el equipo se ahoga. Sigue siendo difícil de batir, pero está ya en franca decadencia.
Todo concluye el martes en la Champions: Abramovich impone a Shevchenko en el once titular, el Rosenborg se muestra más que solvente en Stamford Bridge y, durante muchos minutos, supera a los locales. Tras el partido, que finaliza con empate a uno, ¡Mourinho afirma que el resultado justo hubiese sido un 7-1! Gasolina en el incendio, busca la salida inmediata, su crédito está agotado. Un gabinete de crisis, formado por Peter Kenyon, Roman Abramovich, Eugene Tenembaun (mano derecha del ruso) y Bruce Bucks, presidente honorífico del club, decide que Mourinho sea cesado.
Herido de muerte el corazón del Chelsea, los Terry, Lampard, Drogba, impera a partir de ahora una nueva época: la época del amiguismo. Todo el poder para la corte de Abramovich. Peter Kenyon apuesta por dos técnicos contrastados: Deschamps y Fabio Capello, pero Roman confirma a la dupla Grant-Clarke con la vista puesta en Guus Hiddink, seleccionador de Rusia. Alguna prensa española habla de Juande Ramos, pero es un bulo de su representante que tiene cuentas pendientes con Del Nido. Juande no puede entrenar este año al Chelsea, la normativa lo impide, y el año que viene queda todavía muy lejos. Si logra grandes gestas con el Sevilla es posible; si no, caerá en el olvido.
Con los jugadores que tiene, el Chelsea puede ganar algo esta temporada. Pero la escisión es demasiado fuerte. Es un equipo en depresión, carne de cañón, un condenado en el corredor de la muerte. ¿Mourinho? Muchos lo querrían en el Camp Nou, y al portugués le gustaría volver por la puerta grande. Sería el entrenador ideal: conoce la casa y encontraría jugadores perfectos para clonar ese 4-3-3 imparable, pero es imposible: 'rajó' en su momento de Cruyff, menospreció la Champions de Wembley, y el holandés no perdona. Si Scolari sigue metiéndose en líos podría ser su sustituto en la selección portuguesa y acudir con su país al futuro Mundial, pero probablemente Mourinho necesita algo más. Un club de primer nivel, con garantías de éxito, para saciar su sed de venganza, encontrarse en la próxima Champions al Chelsea y aniquilarlo. Si Schuster no funcionara, el Madrid parece el destino perfecto.
De Mourinho siempre nos quedaremos con su metodología de entrenamiento, con sus enseñanzas tácticas, con sus contragolpes furiosos y la ira desatada y contundente de su primer Chelsea. Recordaremos sus variaciones de la defensa zonal para marcar a Crouch, o su excepcional manejo de la estrategia. Desde Cruyff, nadie ha sido tan inteligente para manejar y controlar a los medios en su propio beneficio y en el de su equipo. Maestro entre bastidores, mago de las cortinas de humo y único dentro y fuera del campo hasta Gordon Brown, primer ministro británico, se ha rendido a sus pies en este adiós al fútbol inglés: "Se nos va una de las grandes personalidades de este deporte".
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