lunes, 26 de noviembre de 2007

A quien corresponda...

Los últimos conflictos sociales que se han vivido en Francia dan para más de una reflexión.

En mi caso, el primer pensamiento que me viene es de cochina envidia.

Viví en Francia unos cuantos años, trabajé y estudié allí, y sé de sobra que las direcciones sindicales de nuestro vecino –que para mí no es vecino, porque siento aquella tierra también como mía– están tan burocratizadas como en cualquier otro estado europeo. O más.

Pero una cosa es burocratizadas y otra domesticadas. Los sindicalistas franceses se ganan los garbanzos haciendo como que defienden a los trabajadores. Pegando voces al Gobierno y a las patronales, así sea sólo para que no se diga.

Nicolas Sarkozy está de los nervios: “En una democracia madura”, dice, “la mayoría debe imponerse sobre la minoría, por violenta que sea”. Sarkozy es carca –es el gran jefe de los carcas franceses, de hecho–, pero no es bobo. Él sabe que La Bastilla no se tomó por votación democrática. A él le consta que todos los cambios importantes que ha registrado la Historia de Francia han sido protagonizados por masas decididas, pero no necesariamente mayoritarias. Las mayorías que compran su baguette y su queso, se toman su pastis en el bistrot de la esquina, se hacen su ensalada de remolacha y se quedan viendo la tele en casa, son estupendas a la hora de votar, porque se portan como Dios manda, pero no determinan el rumbo de la vida política. No a diario, por lo menos.

En Francia hay una cosa que se llama sociedad civil. Es en parte autóctona y en parte de importación, pero está conjuntamente viva y tiene la sana costumbre de montar el pollo en cuanto los gobernantes y sus amigos del dinero se empeñan en tocarle las narices en exceso.

Hay quienes dicen que Francia necesita modernizarse. Son los que piensan que una sociedad sólo es moderna cuando se aviene a inclinar la cabeza y a aceptar lo que sea, con tal de que se lo ordenen los de arriba. Y si se le dice en inglés, mejor que mejor. La sociedad francesa está también en ello –no me hago demasiadas ilusiones–, pero hay algo en su ser que se ve que se resiste.

Quizá tenga fechas.

1789 puede ser una. 1871, otra.
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Javier Ortiz en Público el 23/XI/2007

1 comentario:

Amputaciones dijo...

¿Qué pasa, Fustafio? ¿Te nos has dormido? Pasar por aquí y no encontrarse actualizaciones es como una bofetada.

No me dirás que lo has dejado...