miércoles, 21 de marzo de 2007

Ser de izquierdas significa no claudicar



JAVIER ORTIZ.– ¿Qué es ser «de izquierda» hoy? Según la creencia popular, son «de izquierdas» Zapatero y Josu Ternera, Tony Blair y el subcomandante Marcos, Lula de Silva y Eloisa Helena, la socialdemocracia alemana y el Frente Popular para la Liberación de Palestina... ¿Tiene algún sentido hoy esa etiqueta? ¿No confunde más que aclara?

JULIO ANGUITA.– Estamos instalados en la confusión. Hoy en día, los términos «izquierda» y «derecha» se utilizan para hacer políticas que, en el fondo, son iguales. Pero iré al fondo: ¿qué es ser de izquierdas? Yo me lo he planteado muchas veces. Formulo una negación y una afirmación. La negación implica no aceptar el mundo tal como está; no someterse, no claudicar. ¿Y cuál es la afirmación? Ahí podría hablar del socialismo, del comunismo... Pero mi planteamiento es más básico: se trata de luchar por una sociedad en la que se respeten todos los derechos humanos. Hablo de los derechos establecidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos, imposibles de alcanzar, en mi criterio, dentro del sistema capitalista.

Esa lucha puede tener muchas vertientes. La política es una de ellas. Pero a condición de que la política sea un instrumento para cambiar las cosas. Participar en la política institucional presenta el peligro de que las instituciones te dominen. Por eso es imprescindible defender tus valores en la práctica cotidiana, día a día y en cada asunto, articulándolos en un programa, no bajando la guardia ideológica y organizándote con otros para marchar en la dirección indicada, pero escapando de la tendencia que tiene toda organización a convertirse en iglesia.

Hablas de los derechos humanos y todo el mundo te responde: «¡Por supuesto! ¡Estamos de acuerdo!». Pero entonces señalas lo que eso implica: tomar partido frente a la política económica existente, oponerse a la alienación cultural, declarar la guerra a la guerra... Y entonces son muchos los que ya no están tan de acuerdo.
El análisis de la realidad no conduce a la rebeldía. El conocimiento de la realidad permite hacer más eficaz la rebeldía, pero no la genera. Al final, quien opta por la lucha lo hace por razones subjetivas, de ética personal.

Lo cual no tiene por qué conllevar ningún tipo de fanatismo. Mi experiencia me indica que los militantes de apariencia más dura e intransigente han sido también con frecuencia los más quebradizos. En mi militancia ha habido un punto permanente de escepticismo. Hay que alimentar siempre una cierta duda. El debate que estamos promoviendo ahora mismo en el PCE pretende en buena medida eso: sembrar la duda. No sobre nuestra decisión de seguir en la lucha. ¡Ahí desde luego que no vamos a cambiar! Pero sí sobre algunas ideas que a veces damos por buenas sin haberlas examinado a fondo.
Es verdad que la realidad política de aquí puede resultar a veces bastante exasperante. Pero también vale la pena afrontarla. Quizá nuestra generación no consiga ya obtener grandes logros de enorme trascendencia histórica, pero la rebeldía ante la injusticia y la lucha codo con codo con quienes participan del mismo empeño producen un grado de satisfacción, e incluso de felicidad, que no resulta nada desdeñable. Vista desde ese ángulo, la generosidad tiene también su tanto de egoísta. Sólo que es un egoísmo que puede reportar beneficios a los demás.
JAVIER ORTIZ.– Diagnosticado que ya no estamos en la época de las revoluciones socialistas a la antigua usanza, ¿de dónde han de surgir las fuerzas que empujen hacia la transformación social?

JULIO ANGUITA.– De los más diversos campos: desde el consumo a la enseñanza, desde el comercio justo hasta el movimiento cooperativo, desde la defensa del medio ambiente a la movilización de los excluidos del sistema... de todos los muchos focos de profunda insatisfacción que provoca el actual orden mundial. Lo que se impone, en todo caso, es afrontar esa tarea con perspectiva internacional, porque también el campo de batalla se ha globalizado.

No hay comentarios: