En tres décadas de democracia han pasado por el Congreso todo tipo de personajes. La mayoría, políticos preocupados por cumplir honestamente su trabajo. Pero también felones y necios. En estas categorías hay dos sujetos que destacan por encima de todos sus pares: José María Aznar y José Bono. El primero nunca debió pasar de inspector de Hacienda en Logroño, mientras que el tope profesional del segundo era ser secretario del Ayuntamiento de Salobre. Que Aznar haya llegado a La Moncloa y Bono sea presidente del Congreso demuestra cómo, en ocasiones, los dioses ciegan a los hombres. De ambos ojos.
La penúltima necedad que se le ha ocurrido a Bono es rechazar la reforma de la Ley Electoral que propone el Consejo de Estado con el argumento de que “no se debe pretender ganar en las leyes lo que no se gana en las urnas”. A ver, melón, eso es precisamente lo que ocurre ahora y lo que la reforma electoral debería corregir. Cualquier persona que sepa sumar, restar y sacar un porcentaje, llega a la conclusión de que PSOE y PP ganan gracias a “las leyes” escaños que no ganan en “las urnas”, exactamente lo contrario de lo que le ocurre a Izquierda Unida. La legislación actual es tremendamente injusta y debe ser modificada, porque no es admisible que los dos principales partidos logren un diputado por cada 60.000 votos, mientras que IU obtiene un escaño por cada medio millón de papeletas.
Como hay pruebas de que Bono sumar sí que sabe –lleva años sumando patrimonio, incluida una hípica cuyas facturas son tan escurridizas como las de los trajes de Camps-, sólo cabe concluir que el presidente del Congreso quiere engañar a los ciudadanos. El muy necio.
Genial la Trichera digital