Cuenta el infante Don Juan Manuel que “tres pícaros fueron a un rey y le dijeron que sabían hacer telas muy hermosas y que especialmente hacían una tela que sólo podía ser vista por el que fuera hijo del padre que le atribuían, pero que no podía verla el que no lo fuera”.
El hermoso traje del cuento fue tejido con las hebras invisibles pero muy materiales del miedo a perder el favor del emperador. De modo análogo, con la manipulación de la diversidad social y la banalización de la memoria personal y colectiva de los oprimidos se ha ido tejiendo en esta legislatura un manto que oculta la desnudez de una política neoliberal pura y dura, es decir, la política de hacer a los ricos más ricos.
En estos años, en España se han agudizado las diferencias y se ha consolidado un modelo social que condena a la precariedad a segmentos crecientes de la población, especialmente los más jóvenes. El crecimiento económico se ha construido sobre una intensificación de la explotación del trabajo y de la destrucción de la naturaleza y se ha financiado hipotecando los salarios de futuros de millones de personas forzadas por la necesidad básica de tener una vivienda. Los servicios públicos se privatizan o se congelan en aras de la estabilidad presupuestaria como si los fondos de inversión, los teléfonos móviles o la Educación para la Ciudadanía pudieran sustituir a una enseñanza y una sanidad pública de calidad.
La pluralidad de la izquierda nada tiene que ver con la relativización de esta realidad. Su valor estriba en que aporta visiones diversas y contribuye con más eficacia a su superación, pero partiendo de que de ningún modo se renuncia a intentarlo. El entumecimiento social, la falta de respuestas, la proliferación de las salidas individuales o tribales no sólo es consecuencia de la victoria del neoliberalismo. Es también hija de la renuncia de la izquierda a organizar esta respuesta.
Con mejores o peores maneras algunos hemos sentido la necesidad de asumir el papel del esclavo negro en el cuento medieval. De explicar que el emperador está desnudo. Que había que votar no a la Constitución Europea, en lugar del “voto en blanco de la paz” que algunos proponían y que, afortunadamente, no prosperó. Que hay que decir no a los Presupuestos más estructuralmente neoliberales de la Unión Europea, adelantados por la izquierda hasta por Merkel y Sarkozy. Que hay que denunciar la integración cada vez más intensa en el dispositivo neoimperialista de la OTAN.
Esto es lo que hay que decir. Primero porque es verdad. Y segundo porque sentimos que la mayoría de la gente de IU está de acuerdo y mucha más gente, la que no está ahora con IU, pero que puede volver a apoyarla si lo volvemos a decir.
De no estar convencidos de que esa mayoría existe no nos hubiéramos sometido a la decisión de las bases de IU. Como otros, nos hubiéramos sentado a esperar. Pero, ¿a esperar a qué? Un mal resultado electoral de IU dejaría vía libre a quienes hace tiempo sueñan con otro proyecto. Un nutrido grupo parlamentario alineado con esa quimera les daría alas. ¿Qué hacemos? ¿Intentar que IU saque el peor resultado posible?
Nosotros creemos en IU, y en la IU actualmente existente. Creemos que tiene energías y reservas suficientes para representar y animar un movimiento social capaz de forzar un cambio de rumbo hacia una sociedad menos injusta. Por eso, y en las condiciones que nos han querido imponer, nos hemos atrevido a pedir el pronunciamiento de la gente.
La democracia no deja heridas. La gente se ha pronunciado y ahora lo que toca es la campaña electoral. Pero ha quedado establecido que hay otra política posible. Por eso planteamos la segunda cuestión: ¿qué programa, qué discurso defiende IU el 9-M? ¿Seguimos ocultando la desnudez del emperador?
Las formas también son el fondo y, en un movimiento político y social como es IU, el respeto a la pluralidad, a la federalidad y a la democracia interna constituye el germen de la convivencia interna. La elaboración colectiva y la relación de la organización con sus grupos institucionales son principios fundamentales para la construcción de la alternativa. Desde este punto de vista, la ruptura de estos principios, realizada en la Presidencia de IU del 18 de diciembre –intervención en el País Valencià, Andalucía y el cese de responsabilidades de la Permanente–, constituye un salto peligroso a escarpados caminos que imposibilitan la necesaria convivencia interna.
La recuperación electoral de IU necesita un discurso fuerte de giro radical en la política económica y social y por la democratización de las estructuras y poderes del Estado. No basta con enumerar “medidas progresistas” que se yuxtapongan contradictoriamente dulcificando un modelo dirigido a asegurar la rentabilidad de los capitales por encima de todo. Se trata de torcer ese rumbo. De reducir la inseguridad vital a través de la garantía de las condiciones de vida, ahora y en el futuro, con empleos estables, pensiones dignas y la provisión universal de bienes públicos. Y de preservar y hacer crecer el patrimonio común, impidiendo la privatización del suelo, mejorando las infraestructuras públicas y protegiendo los recursos naturales. Esto sólo puede hacerse con una política económica basada en recuperar el peso de los salarios en la renta nacional, en aumentar el gasto social y en que los beneficios paguen más impuestos. Una política que sólo es posible haciendo crecer el poder de la gente. De ahí la necesidad de una democratización radical de las estructuras estatales que llegue hasta la reforma constitucional.
Éste es el espacio para la izquierda sin miedo a que la tachen de expósita. Debería ser fácil ponerse de acuerdo en IU sobre este discurso. Está en el bagaje político de todos sus componentes. ¿Es así? ¿Podemos salir a las elecciones con una posición nítida de izquierdas? Si es así, perfecto.
Pero para que IU pueda hablar con solvencia este lenguaje debe hacerlo con garantías, comprometiendo a sus órganos, a sus procedimientos colectivos, a su realidad social y humana. Con programas hechos por las áreas, con candidatos que representen a las organizaciones de IU. Es decir, con una IU dueña de su discurso y de su representación institucional. Y de un tiempo a esta parte, más concretamente desde julio, no es evidente que sea IU la que se vaya a presentar a las elecciones bajo las siglas de IU.
Podemos alabar el bonito traje del emperador. Podemos ser aún más cínicos y, reconociendo en voz baja que sí, que está desnudo, decir que ahora no conviene, que habrá que esperar a la primavera para decirlo. Incluso podemos desnudarnos con él para disimular. Algunos pensarán que eso es astuto, renovador, transversal. Pero estando en invierno, lo más probable es que pillemos una pulmonía.
Marga Sanz es secretaria general del Partido Comunista del País Valenciano.
Y la firme oposición de Llamazares y su troupe en IU, que para lo que hacen ya se podrían ir a su puta casa, o al PSOE que es lo que muchos están deseando, aunque no se irán sin antes pagar el tributus sociatus, es decir, dejar un poco más destrozada la izquierda - como ya están haciendo, vamos -.La verdad es que Marga Sanz tiene muy buena pinta, y huele a firme y digna sustituta de Julio Anguita, maxime después de la sonora estafa que ha supuesto Gasparín. Ya en las primarias por la candidatura a la presidencia y pese a perderlas (en el congreso ordinario tendremos que estar más espabilados, mucho nos jugamos en ello), demostró que tiene las cositas muy claras y que en nada se parecen al modelo domesticado de la izquierda actual.Hoy, y como sorpresa agradable del día, hemos descubierto en "Público" que escriben así de bien.